sábado, 7 de diciembre de 2013

A lo Pablo Conejo

En el típico Powerpoint de reenvío he leído hoy un relato que asociaban a Paulo Coelho. Ya decía Einstein que no teníamos que fiarnos de todo lo que leemos en Internet y menos de las citas de famosos pues muy bien pudiera ser que no fueran.

Autoría aparte, me ha dado la idea para intentar inventar un relato breve basado en una conversación de la que fui testigo ayer. A ver si lo consigo pues los relatos medianamente elaborados que he escrito han sido siempre elaborados mientras corría pero hace tiempo que no salgo a correr y hoy tampoco ha sido el caso.

Así pues, empecemos por el final, la moraleja: las cosas no valen lo que tú quieres, valen lo que valen independientemente de que esto sea mucho o poco. Por otro lado, elijamos los personajes. Siguiendo la idea del relato anterior con esos dos amigos del hombre, el perro y el caballo e inspirándonos en el cuento de la lechera y en otro que leí hace tiempo esta vez los personajes serán una vaca, una gallina y una buena mujer que va desde su casa en la montaña hacia el pueblo a venderlas.

Ya lo tenemos todo ... o casi. Falta improvisar:

Érase una vez un paisaje idílico y una casa en una montaña desde la que la vista dominaba todo. Dicen las malas lenguas que fueron aquella casa y aquel paraje los que inspiraron al autor de Heidi. Humildes como la morada vivía un matrimonio que, sin ser anciano, no distaba mucho de celebrar sus bodas de oro. Jubilarse es otra cosa. No está muy claro si ambos habían cumplido los 67 pero sí está claro que el júbilo del labriego es la clemencia metereológica antes de ser recogida y el jubileo involuntario cuando el inclemente tiempo arruina las cosechas de todo el mundo ... menos la propia.

No había sido el caso este año. Un verano inusualmente largo, un otoño inusualmente seco y un invierno inusualmente traicionero anunciaban una primavera inusualmente triste. No se sabe si de tristeza o de qué, el hombre enfermó. La primera semana de abril la pasó en cama y durante la segunda la cosa no pintaba mucho mejor. La buena mujer había seguido fielmente los consejos del médico y cuando estos se mostraron inoperantes, otros consejos menos autorizados. Una vez constató que ni la buena ni la mala ciencia podían nada contra semejante enfermedad, comenzó a rezar. Los impíos dirían que eso no  es sino otro ejemplo de mala ciencia y que poco se ganaba o perdía con el cambio.

Una tarde, agarrada fervientemente al rosario y debilitada por comer poco, dormir menos y preocuparse mucho, creyó ver cómo una aparición luminiscente con forma de ángel le susurraba al oído que debía ir al pueblo a vender una vaca y una gallina a la misma persona. Si vendía la gallina, pero no la vaca, el marido sanaría parcialmente pero quedaría postrado en una silla de ruedas. Si vendía la vaca pero no la gallina, su marido se curaría pero ella enfermaría durante un año. Si no vendía ninguna o lo hacía a diferentes personas, no habría mejoría, tendría otra oportunidad al día siguiente, pero correría el riesgo de que su marido empeorara. Solamente si vendía ambas a la misma persona tendría la seguridad de que su marido se recuperaría completamente.

Al día siguiente, la mujer cogió la vaca, su única vaca, del ronzal, metió a la gallina más ponedora en una cesta encima de la vaca y echó un último vistazo por la ventana. El enfermo dormía plácidamente así que ella se dirigió hacia el pueblo. Una vez allí fue al mercado e intentó buscar comprador. Mientras esperaba intentó analizar las diferentes posibilidades y se dio cuenta de que todas eran malas. La peor era vender a diferentes personas pues se esfumaría la posibilidad de mejoría a la par que perdería los animales.

Sí que podía asumir la pérdida de la gallina pues le quedaban otras siete pero la perspectiva de la silla de ruedas era injusta. Injusta tanto para su marido, ese buen hombre que nunca había hecho daño a nadie como para ella misma aunque ciertamente ella no pensaba en esto último. Podía asumir la pérdida de la vaca y enfermar ella pero eso significaría que su marido pasaría un año infernal. Y eso no era justo para él. Tampoco para ella, pero ciertamente ella no pensaba en esto último. Podía asumir volver a intentarlo al día siguiente pero ¿y si no había comprador? o mucho peor ¿y si no había necesidad?.

En esto llegó el primer comprador. Un amigo de la infancia de su marido que, casi sin mediar palabra, le preguntó por él. Ella explicó que llevaba un tiempo enfermo y ella debía vender los animales para poder comprar las medicinas. Él se ofreció a comprarle la gallina pues precisamente necesitaba una. Estaba dispuesto a dar un precio justo e incluso a añadir un par de monedas y otro par más en concepto de préstamo que ella devolvería una vez el marido se hubiera recuperado. Sin embargo, no podía comprar la vaca pues ni le hacía falta ni tenía el dinero para ello.

La oferta era tentadora ... pero insuficiente. O podría ser insuficiente. Hubiera dudado poco en aceptar una oferta así el año anterior cuando todo era felicidad pero en este momento no bastaba. No podía correr el riesgo de dejar la vaca sin vender a pesar de que solo era la primera oferta del día. Le dijo que se lo pensaría y él quedó en volver más tarde.

Quince minutos después llegó un segundo comprador. Un vecino con el que su marido no se llevaba excesivamente bien y del que sospechaba había sido el causante en el pasado de alguna que otra cojera con la que había vuelto la Turca, la fiel perra de aguas que llevaba siete años con ellos. El vecino preguntó por el marido, pues no lo había visto en los últimos días y ella respondió que había estado trabajando en el huertecito y arreglando algunos de los aperos. Ella había ido al mercado a vender la vaca y la gallina pues quería cambiarlos por un par de terneros. Él ofreció una cantidad irrisoria por ambas.

La oferta era insuficiente ... pero tentadora. No sabría como explicar a su marido que había prácticamente regalado la vaca y la gallina a semejante persona, incluso aunque le contara lo de la aparición y él lo creyera. Le dijo que lo pensaría y él quedó en volver más tarde.

Una hora más tarde llegó un tercer comprador, acérrimo enemigo del primero desde que este le quitara la novia. Un par de peleas, una nariz rota, un par de ojos a la funerala y sendas amenazas de muerte no habían conseguido arreglar el problema. Este hombre fue directamente a examinar cuidadosamente la vaca. -¡Magnífico animal!, exclamó. -¿Lo vendes?.  Ella contestó que sí pero que quería venderla junto con la gallina.

Sin embargo, él no necesitaba la gallina y no parecía quererla. Ella preguntó cuánto daba por la vaca pues si era un buen precio podría incluso regalarle la gallina y cerrar el trato. La contestación fue esperanzadora. Era un precio ligeramente bajo pero con algo de regateo podría conseguir algo mejor, lo que ella consideraría un buen precio conjunto para los dos animales. Decidida se encontraba a iniciar el regateo cuando llegó el primer comprador y le preguntó a ella si aquel hombre la estaba molestando. El segundo, ofendido y con malos modos contestó que no, que simplemente quería comprar la vaca pero que ella quería venderla junto con la gallina. -La gallina me la va a vender a mí. Espetó el primero. -¡Antes no la quería pero ya la quiero menos!. Respondió el otro.

A la mujer se le cayó el alma a los suelos. En esa situación el regateo ya dejaba de ser una opción. En el mejor de los casos se tendría que conformar con vender la vaca ligeramente más barata de lo que le gustaría, la gallina a buen precio y obtener un par de monedas en préstamo. En esto se hallaba pensando cuando vio venir a lo lejos al segundo comprador.

¿Qué hacer?. Podía vender solo la gallina, solo la vaca, gallina y vaca a diferentes compradores o gallina y vaca al mismo comprador. Perdida, se encontraba perdida sin saber qué hacer cuando de repente tuvo una idea. Miró a los tres compradores que la contemplaban con aire extraño y se preguntó cuánto tiempo habría pasado en ese estado pensativo. Desechó este pensamiento y reaccionó con prontitud. Al segundo comprador le dio las gracias por el interés pero teniendo mejores ofertas sobre la mesa, no podía sino descartar la suya. El hombre reaccionó como quien recibe una noticia que ya no lo es, se encogió de hombros y se fue.

A continuación se dirigió a los querellantes y les dijo muy seriamente.
- Os conozco desde hace años.  Sé que sois buenas personas que habéis hecho el bien a todo aquel que os lo ha pedido excepto al otro. Ambos conocéis a mi marido, sobre todo tú - dirigiéndose al primero - y sabéis que él piensa lo mismo que yo. Mi marido se encuentra muy enfermo y me gustaría poder llegar a casa dándole la noticia de que, si bien no vais a ser nunca amigos, al menos vais a respetaros y a trataros como personas.

Ambos miraron a los polvorientos pies como hacen los niños que opositan a avestruces durante la regañina, avergonzados.

- Os propongo lo siguiente. Tú, - dijo ahora al segundo - le vas a pedir prestado el dinero de la gallina que te venderé por dos monedas menos de lo que pensaba pedirle a él. Me comprarás la vaca por el dinero que me ofreciste, a pesar de que vale más, y la gallina. A continuación le darás la gallina y tenderás la mano. Tú aceptarás la mano tendida bien de motu propio bien por mi marido. Solo eso os pido.

Ambos se miraron, la miraron y aceptaron. Un apretón de manos selló una tregua que jamás se rompió y ambos se ofrecieron a acompañarla a la casa y, de paso, visitar a su marido. Eso mismo ocurrió. Al llegar allí ... al llegar allí el lector deberá elegir entre un par de finales distintos.

Final 1: El marido había fallecido. Un par de horas más tarde llegó el médico y determinó que murió plácidamente cuando dormía. Muy probablemente cuando la mujer ajaezaba la vaca pues al salir, él ya había fallecido.
Moraleja: Las cosas valen lo que valen, no lo que queremos que valgan. En este caso, la salud de una persona. Al menos, la mujer tuvo el consuelo del bien logrado de forma póstuma. De hecho, ambos se ofrecerían posteriormente a llevar el ataúd. La mujer no dejaba de pensar: Las luces no hablan, las alucinaciones sí ... y también los humedecidos ojos de los que llevaban el féretro.

Final 2: El marido se encontraba mejor y se alegró muchísimo al conocer las noticias. No hizo ningún gesto extraño al conocer la historia de la venta por lo que aparentemente la aprobaba. Cuando la visita se fue, la mujer le confió toda la historia. En este caso, el marido cuenta la moraleja. Las cosas valen lo que valen no lo que se quiere que valgan. Felicitó a su mujer por la reconciliación lograda, la besó tiernamente en la frente y le pidió que preparara algo para comer pues era evidente que a ambos les hacía falta. Las luces no hablan. Las alucinaciones sí ... y los humedecidos ojos de ambos también.

Un saludo, Domingo.

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